Este artículo fue publicado en el blog de acceplan.wordpress.com. junio 2013.
El espacio se refleja
como en un espejo en la mente del observador y dependiendo de quién sea éste y
como esté en cada momento se refleja de diferente manera.
La
orientación o más concretamente la desorientación, es un tema objeto de estudio
de diferentes campos. En literatura por ejemplo, nos incita a imaginar que un
personaje vaga sin rumbo, hasta encontrar una salida (¿encontrarse con uno mismo?)
o no llegar jamás a encontrarla. Escritores reconocidos como la uruguaya Cristina
Peri Rossi han escrito innumerables cuentos sobre la pérdida de rumbo como
transgresión a lo convencional, que uno de sus analistas (Jung Seung Hee,
Universidad Nacional de Seúl) denomina “el arte de la desorientación”. La “Teoría
de la Deriva” es otra línea de indagación sobre “vagar sin rumbo” y Kevin Linch
señala en sus textos que perderse es una experiencia muy desagradable y llena
de terror. Esta aseveración representa una tensión a veces insoportable que
sufren los personajes de Jorge Luis Borges sobre perderse…el caos…lo infinito.
¿Pero cuál
es el significado de “orientación” en el contexto de la accesibilidad, un
ámbito de investigación y de diseño que debería aportar las soluciones más
adecuadas para que el funcionamiento humano sea autónomo, confortable y
armónico? Es una aptitud que permite
mantener constante la localización del propio cuerpo en permanente interacción con
los elementos humanos y materiales que lo rodean; permite el desenvolvimiento espacial, la
movilidad y como resultado, la comunicación y la realización de actividades en
el espacio. Para la CIF (Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la
Discapacidad y de la Salud) las funciones mentales de la orientación están relacionadas
con el conocimiento y permiten establecer la relación en que nos situamos con
respecto a nosotros mismos, otras personas, al tiempo y a lo que nos rodea.
Orientación
y estructuración espacial son los pilares que hacen posible la movilidad, son facultades
que las personas poseen para organizar el espacio, crear modelos mentales y a
través de otras, como la memoria, recordarlos. Por eso las personas con menos habilidades
para la orientación tienen más dificultades para desplazarse, movilizarse,
incluso comunicarse.
La
capacidad humana de orientación, cuando no está alterada, permite superar dificultades a través de la
posibilidad de reconocer e identificar referencias
en el espacio, del conocimiento del camino y
de las direcciones que hay
que tomar desde un origen a un destino. Si la persona tiene menos habilidades
espaciales, puede desarrollar otras gracias a su capacidad de adaptación. Pero
para eso se requieren soluciones que sean orientadoras, accesibles y facilitadoras. Cuando se sospecha que una persona padece
una alteración de la memoria espacial, se la puede someter al test del
laberinto visual. Puede suceder que durante ese experimento (en situación de
aislamiento) cometa algunos errores, sin embargo una vez en el exterior, en un
recorrido real, tenga menos problemas al existir una serie de referencias que lo orientan y conducen al
conectar con su parte más capaz: carteles luminosos, fachadas de edificios, vegetación,
señales de tráfico.
Ahora
imaginemos un espacio que no podemos
reproducir mentalmente por su complejidad o porque nuestra mayor habilidad
no es la espacial, o porque debido a un accidente, estuviera mermada. ¿Cómo vamos
a poder desenvolvernos de forma autónoma? Tendremos que recurrir a fórmulas de
apoyo, personas y señales, para sustituir la falta de claridad y de accesibilidad.
A ese espacio que presenta barreras para
la orientación, el reconocimiento y la movilidad, lo denomino espacio laberíntico, incluso cuando sean tan bellos como el pueblo
de Manarola en Italia.
Ciudad de Manarola, Italia
Un
laberinto, tal como lo conocemos en la mitología griega, es resultado del ingenio,
espacios perfectos para el escondite y para guardar secretos y misterios. Pero
lo lúdico de sus características espaciales que es hoy uno de sus atractivos, se
opone a la experiencia de su recorrido:
es una forma urbanística o arquitectónica que conduce a la confusión. La experiencia del laberinto es compleja, exige superar
la sensación de desorientación o pérdida (“emociones desconcertantes” según Silvia
López Rodríguez en su tesis sobre La Deriva). No saber cómo y hacia dónde ir, puede
resultar para unas personas muy atractivo - porque se trata de un juego y un
descubrimiento, sabiendo con seguridad que van a salir - y para otras (con discapacidad intelectual o
cognitiva, mayores, o simplemente aquellas que se estresan con facilidad) es una
experiencia difícil de superar, un estado de confusión o desconcierto, consecuencia de lo que denomino “el efecto laberinto”. (El dibujo que
sigue, está tomado del blog El Omega del 15/8/2012).

Representación
de la ciudad percibida como laberinto
Ese estado de confusión que afecta el comportamiento de las personas con pérdida
de su capacidad de atención y de concentración ha sido estudiado desde finales
del siglo XIX por paradigmas e investigaciones experimentales. Son entre otros conocidos
“el efecto Stroop o Jaensch”, acerca de la ralentización de las reacciones
naturales en determinadas situaciones de tensión, en este caso frente a algo
tan sencillo como un panel de palabras que representan colores pero están escritas
con una tinta diferente al de su significado.
Cartel Efecto Stroop
El “paradigma de búsqueda”, concluye
que a medida que aumenta el número de ítems presentados el sujeto tarda más en
dar una respuesta. Y es especialmente interesante el experimento del “precipicio
o abismo visual” con bebes, quienes ya perciben diferencias espaciales o
profundidades desde los seis meses y medio. Más recientemente, en 2012, especialistas
de la Universidad del País Vasco (GICI/UPH/EHU) presentaron un estudio
experimental realizado con 49 participantes para detectar casos de bloqueo ante condiciones estresantes,
buscando a través de las TIC como apoyo, poder enfrentar mejor esas situaciones.
Romper
el “efecto laberinto”
El
diseño accesible debería fundamentar sus actuaciones en la rotura del “efecto
laberinto” (como experiencia espacial cuya complejidad es innecesaria). Diseñar
laberintos urbanos y arquitectónicos sin que su lectura pueda hacerse desde que entramos hasta que salimos, es resultado
del diseño de grandes espacios y grandes arquitecturas. Pero no todo es
monopolio de lo grande y lo amplio. Se pueden diseñar “laberintos en pequeño”,
debido a la falta de criterio para la facilitación, del desconocimiento de cómo funcionan las personas o de no
reconocer que no se sabe cómo arribar a un diseño ausente de dificultades. La
rotura del efecto laberinto es un principio que debería aplicarse a lo grande y a lo pequeño, urbanismo y
arquitectura, espacios urbanos y rurales. Para eso están las diferentes escalas del diseño, que van desde la mayor
a la menor. Y utilizando estrategias, facilitar la orientación para que, desde
lo macro a lo micro se vayan rompiendo barreras
espaciales, no físicas sino mentales.
La
ruptura del efecto laberinto se resuelve delimitando zonas funcionales, centralizando
espacios clave, facilitando los desplazamientos con elementos de diseño que
actúen de apoyo o guía, teniendo en cuenta umbrales, límites o secuencias en
grandes longitudes. Y resolviendo uno de los grandes problemas de los
laberintos: las encrucijadas, que si
no pueden ser evitadas deben resolverse con diseños que expresen claras llamadas
de atención para direccionar o colocando
pictogramas con significado dentro del contexto. Por su importancia cito aquí al ARASAAC, un portal de la Comunidad
de Aragón que desarrolla un “Sistema Pictográfico para la Comunicación Aumentativa”.
Modelo pictograma ARASAAC
Edificios
accesibles, orientadores, que
ofrecen seguridad y comodidad, son muchos. Pero me vienen a la memoria algunos
que contienen elementos que los destacan por encima del conjunto de las
arquitecturas accesibles: algunas guarderías infantiles son un ejemplo para
reproducir conceptualmente. Pero no solo porque sean edificios pensados para el
colectivo infantil, es mucho más que eso. Es porque los criterios de partida han
tenido en cuenta que el diseño del edificio debe transmitir conocimientos, ser orientador
y como resultado accesible y muy confortable.
Aula de usos múltiples de la guardería Pablo Neruda, Alcorcón
Un
ejemplo internacional, con una semántica absolutamente irrefutable, es la
Biblioteca de Kansas ya que desde su exterior es una llamada a la lectura: la
fachada del aparcamiento está representada con los lomos de los libros que
están en las estanterías interiores. Si me preguntaran ¿qué opinión tienes
sobre el conjunto como solución arquitectónica? Lo que me viene a la cabeza es
lo cómoda que puede sentirse una persona con discapacidad intelectual o cognitiva
entre esos libros.
Biblioteca Kansas City
¿Se pueden (o se deben) dar
indicaciones al proyectista, al diseñador, al arquitecto acerca de las
condiciones debe cumplir su trabajo para ser accesible? Se pueden dar
indicaciones cuando un espacio no reúne
condiciones de accesibilidad teniendo en cuenta las habilidades y el desempeño de
las personas con dicapacidad intelectual o cognitiva? Probablemente haya
quienes digan que una obra es resultado de la capacidad, del conocimiento
técnico o del genio de su creador. Otros dirán que es más importante la comodidad
y la seguridad. Pero aquellos que tengan
que moverse en el exterior o en el interior de ese espacio sabrán que desde que
entran hasta que salen puede ocurrirles cualquier “aventura”. Si están
preparado ¡adelante!. Si no lo están ¡atención! Porque habrá que ir a
rescatarlos.